Me suelen catalogar con esta pregunta, como a muchos, y se confunden “¿Es que no te gusta ningún pescado?”
Perdón a mi “el pescado me encanta” a lo mejor no disfruto tanto de los “peces”, pero adoro y disfruto de cualquier marisco, si es una de las comidas con las que se hace realidad el dicho de chuparse los dedos, y que gusto da hacerlo… Pero pescado, el marisco si es, porque es participio de pescar, y quien niega que no se pesca, uno de mis mejores recuerdos de la infancia era ver a mis padres corriendo detrás de señores de negro en la playa que salían con kilos y kilos de navajas a hombros, algo que ahora no es posible, porque el mercantilismo es lo que tiene.
Además no sólo son curiosos los mariscadores de navajas, sino, aquellos que trabajan con sus nasas para obtener nécoras, centollas… es un aparello de lo más curioso, a la par de eficaz. O esas grandes plataformas de viveros de mejillones en medio de las rías, que las embellecen aún más. O que los buenos percebes se encuentran en los lugares más difíciles y peligrosos, hay que ser un verdadero hombre de agua y sal, para poder encontrar ese gran manjar. Y aunque no sea tan peligroso, que pequeño no se ha pasado tardes enteras «pescando» carmujos (o minchas) en la playa, o intentando capturar cangrejos. Es que una vez probados, ya desde pequeños soñabamos con llevarnos un cubo lleno de marisco para casa y poder regalar a los nuestros una mariscada, un pequeño sueño que de mayores lo intentamos cumplir de vez en cuando invitando, pero el pagado no sabe tan bien como el conseguido por uno mismo.
Las artes de pesca del marisco, lo más importante que nos ofrecen es la percepción indirecta del cariño con el que se obtiene. No sin olvidar que aunque se pueden cocinar de mil maneras, recordar que muchos de ellos pueden comerse tal y como se “pescan de nuestro mar”.
Escrito por: Adrián Carlos Villar Fernández.